lunes, 31 de mayo de 2010

Del gracioso artificio que se tuvo en sacar a nuestro caballero de su penitenciay así como Dorotea

Sigamos con el capítulo XXIX de la novela, donde se cuenta cómo planearon
el cura y el barbero sacar a don Quijote de la Sierra Morena


La pastora terminó de contar su historia. Cardenio dijo:
--¿Tú eres la hermosa Dorotea, la hija del rico Cleonardo?
--¿Y quién sois vos, hermano, que sabéis el nombre de mi padre? Porque yo hasta ahora no lo he nombrado.
--Soy –respondió Cardenio—aquel sin ventura que, según vos señora, habéis dicho, Luscinda dijo que era su esposa. Soy el desdichado Cardenio, a quien el mal término de aquel que a vos os ha puesto en el estado que estáis, me ha traído a que me veáis cual me veis: roto, desnudo, falto de todo humano consuelo y, lo que es peor, falto de juicio. Yo, Dorotea, soy el que me hallé presente a las sinrazones de don Fernando, y el que aguardó a oír el sí que de ser su esposa pronunció Luscinda. Yo soy el que no tuvo ánimo de ver en qué paraba su desmayo, ni lo que resultaba del papel que fue hallado en su pecho. YO os juro por la fe de caballero y de cristiano no desampararos hasta veros en poder de don Fernando.
El licenciado aprobó el buen discurso de Cardenio y, sobre todo, aconsejó y persuadió a Dorotea y Cardenio que se fuesen con él a su aldea, donde se podrían reparar de las cosas que les faltaban, y que allí se daría orden cómo buscar a don Fernando y cómo llevar a Dorotea a sus padres. El cura contó asimismo con brevedad la causa que allí los había traído, con la extrañeza de la locura de don Quijote.
En esto, todos oyeron voces y conocieron que el que las daba era Sancho Panza, que, por no haberlos hallado en el lugar donde los dejó, los llamaba a voces. Sancho les dijo que había hallado a don Quijote desnudo en camisa, flaco, amarillo y muerto de hambre, y suspirando por su señora Dulcinea.
El cura y el barbero contaron su plan para regresar a don Quijote a la aldea y Dorotea dijo que ella haría la doncella menesterosa, y más que tenía allí vestidos con que hacerlo al natural, y que le dejasen el cargo de saber representar todo aquello que fuese menester para llevar adelante su intento, porque ella había leído muchos libros de caballería y sabía bien el estilo que tenían las doncellas cuitadas, cuando pedían sus dones a los andantes caballeros.
A todos contentó la mucha gracia, donaire y hermosura de Dorotea, y confirmaron a don Fernando de poco conocimiento, pues tanta belleza desechaba; pero el que más se admiró fue Sancho Panza, por parecererle (como era verdad)que en todos yos días de su vida había visto tan hermosa criatura; y así, preguntó al cura con grande ahínco le dijese quién era aquella tan hermosa señora, y qué era lo que buscaba por aquellos andurriales.
--Esta hermosa señora –respondió el cura-— Sancho hermano, es la heredera por línea recta de varón del gran reino de Micomicón, la cual viene en busca de vuestro amo a pedirle un don, el cual es que le deshaga un entuerto o agravio que un mal gigante le tiene hecho; y la fama que de buen caballero vuesrto amo tiene por todo loo descubierto, de Guinea ha venido a buscarle esta princesa.
Sancho preguntó cómo se llamaba la princesa.
--Llámase –respondió el cura—- la princesa Micomincona porque llamándose su reino Micomicón, claro está que ella se ha de llamar así. Sancho quedó tan contento, como el cura admirado de su simplicidad, y de ver cuán encajados tenía en la fantasía los mismos disparates que su amo.
Tres cuartos de legua habían andado, cuando descubrieron a don Quijote entre unas intrincadas peñas, ya vestido, aunque no armado; y así como Dorotea lo vio, y fue informada de Sancho que aquél era don Quijote, apeándose llegó junto al caballero andante y con gran desenvoltura se fue a hincar de rodillas y aunque él pugnaba por levantarla, ella, sin levantarse le habló:
--De aquí no me levantarçeé oh valeroso y esforzado caballero, hasta que la vuestra bondad y cortesía me otorgue un don.
--No os responderé palabra, hermosa señora --respondió don Quijote-- ni oiré más cosas, hasta que os levantéis de esta tierra.
--No me levantaré, señor- --respondió la afligida doncella--, si primero por la vuestra cortesía no me es otorgado el don que pido.
--YO lo otorgo y concedo --respondió don Quijote--
Y estando en esto, se llegó Sancho Panza al oído de su señor y muy despacito le dijo:
--Bien puede vuestra merced, señor, concederle el don que pide, que no es cosa de nada: sólo es matar a un gigantazo y ésta que lo pide es la alta princesa Micomicona, reina del gran reino Micomicón de Etiopía.
Don Quijote preguntó a Dorotea cuál era el don que pedía.
--Que vuestra merced se venga luego conmigo donde yo le llevare y me prometa que no se ha de entrometer en otra aventura ni demanda alguna hasta darme venganza de un traidor que, contra todo derecho divino y humano, me tiene usurpado mi reino.
--Digo que sí lo otorgo --respondió don Quijote.
La menesterosa doncella quería besarle las manos, mas don Quijote no lo consintió.
Cardenio y el cura miraban desde lejos y no sabían qué hacer para juntarse con los demás, pero éste sacó unas tijeras y con mucha presteza quietó la barba a Cardenio, y lo vistió con un capotillo pardo que él traía. Luego salieron al camino y así como don Quijote los vio, dio señales de que reconoció al cura.
Don Quijote dijo: déjeme vuestra merced, señor licenciado, que no es razón que yo esté a caballo y una tan reverenda persona como vuestra merced esté a pie.
El cura respondió que le bastaría subir en las ancas de una de las mulas. Después don Quijote le preguntó la causa que lo había llevado a esas tierras.
El cura respondió que iba a Sevilla con el barbero a cobrar cierto dinero que un pariente le había enviado opero que le habían salido al encuentro cuatro salteadores que les quitaron todo.
Sancho les habia contado al cura y al barbero la aventura de los galeotes, mientras a Don Quijote se le mudaba el color, y no osaba decir qué él había sido el libertador de aquella gente.

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