lunes, 24 de mayo de 2010

Capítulo XXV.- Las extrañas cosas que en Sierra Morena sucedieron al valiente caballero de la Mancha

En la Sierra Morena, Don Quijote imita las penas de amores de su admirado personaje Amadís de Gaula y nos dice quién es Dulcinea


Tras dejar al pastor que perdió la razón por la traición de su amigo y su amada, Sancho y don Quijote siguen su viaje por la Sierra Morena. Sancho le pide a su amo dejarlo hablar, pues le era imposible ir en silencio.
Sancho pregunta don Quijote por qué se alteró cuando el loco Cardenio dijo que la reina Madásima, personaje de la novela Amadís de Gaula, estaba amancebada con el maestro Elisabat, otro de los personajes.
--¿Qué le iba a vuestra merced que aquel abad fuese amigo o no de la reina Magimasa, o como se llame? –dijo Sancho.
--Contra cuerdos y contra locos está obligado cualquier caballero andante a volver por la honra de las mujeres, cualesquiera que sean –respondió don Quijote.
El caballero le dijo a Sancho que iban por la Sierra Morena no sólo en busca de Cardenio para conocer el resto de su historia, sino porque quería realizar una hazaña.
--¿Y es de mucho peligro? –preguntó Sancho.
--No --respondió el de la Triste Figura--, todo depende de tu diligencia. Porque si vuelves presto de donde pienso enviarte, pronto se acabará mi pena. Quiero que sepas, Sancho, que el famoso Amadís de Gaula fue uno de los más perfectos caballeros andantes, el primero, el único, el señor de todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo. Y una de las cosas en las que este caballero más mostró su prudencia, valor, firmeza y amor, fue cuando se retiró, desdeñado de la Señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre, cambiando su nombre a Beltenebros. Así que me es a mí más fácil imitarle en esto, que en matar gigantes, descabezar serpientes, desbaratar ejércitos, fracasar armadas y deshacer encantamientos. Y estos lugares son acomodados para semejantes efectos, no hay para qué dejar pasar la ocasión.
--¿Qué es lo que vuestra merced quiere hacer en este remoto lugar? –preguntó Sancho.
--Loco soy, loco he de ser hasta que tú vuelvas con la respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea.
Llegaron en estas pláticas al pie de una alta montaña. Corría por su falda un arroyuelo y un verde prado. Ese sitio escogió el Caballero de la Triste Figura para hacer su penitencia. Después pidió Sancho el libro de memorias de Cardenio para escribir la carta. Y dijo a Sancho:
—A lo que yo me acuerdo, Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida ha visto letra mía ni carta mía porque mis amores y los suyos han sido siempre platónico, sin extenderse más que un honesto mirar. Y aun esto tan de cuando en cuando, que osaré jurar con verdad que en doce años que ha que la quiero más que a la lumbre de estos ojos que han de comer la tierra, no la he visto cuatro veces, y aún podrá ser que de estas cuatro veces no hubiese ella echado de ver la una que la miraba; tal es el recato y encerramiento con que su padre, Lorenzo Corchuelo, y su madre, Aldonza Nogales, la han criado.
¡Ta, Ta! –dijo Sancho--. ¿Qué la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?
--Ésa es—dijo Don Quijote—y merece ser señora de todo el universo.
--Confieso a vuestra merced –dijo Sancho— que hasta aquí he estado en una grande ignorancia, que pensaba bien y fielmente que la señora Dulcinea había de ser una princesa de quien vuestra merced estaba enamorado, o alguna persona que mereciese los ricos presentes que vuestra merced le ha enviado, así del vizcaíno como de los galeotes, pero bien considerado ¿qué se le ha de dar a la señora Aldonza Lorenzo, digo, la señora Dulcinea del Toboso, de que se le vayan a hincar de rodillas delante de ella los vencidos que vuestra merced envía? Porque podría ser que al tiempo que ellos llegasen ella estuviera rastrillando lino, o trillando en las eras, y ellos se corriesen de verla, y ella se riese y se enfadase del presente.
Don Quijote escribió una carta a Dulcinea y le pidió a Sancho que le viese hacer en cueros una o dos docenas de locuras, para que le fuera a contar a la dama. Y desnudándose con toda prisa los calzones, quedó en carnes y en pañales, y luego, sin más, dio dos zapatetas en el aire y dos tumbas la cabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que, por no verlas otra vez, volvió Sancho la rienda a Rocinante y se dio por satisfecho de que podía jurar que su amo quedaba loco.

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