miércoles, 12 de mayo de 2010

La aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino

Capítulo XXI.- Que trata de la aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino, con otras cosas sucediddas a nuestro invencible caballero


De allí a poco descubrió don Quijote a un hombre que traía en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro. Apenas lo hubo visto, se volvió a Sancho y le dijo:
--Paréceme, Sancho, si no me engaño, viene hacia nosotros uno que trae puesta en su cabeza el yelmo (parte de la armadura antigua que resguardaba la cabeza y el rostro) de Mambrino, sobre el que yo hice el juramento que ya sabes.
--Mire vuestra merced bien lo que hace. No sé nada; mas a fe que vuestra merced se engaña en lo que dice.
--¿Cómo me puedo engañar? –dijo don Quijote; dime ¿no ves aquel caballero que hacia nosotros viene, sobre un caballo rucio rodad, que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro?
--Lo que veo –dijo Sancho—no es sino un hombre sobre un asno, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra.
--Pues ése es el yelmo de Mambrino –dijo don Quijote--, apártate a un lado y déjame con él a solas; verás que sin hablar palabra concluyo esta aventura y queda por mío el yelmo que tanto he deseado.
Es, pues, que el yelmo, el caballo y caballero que don Quijote veía, era esto: un barbero, que traía una bacía (vasija especial que usan los barberos) de latón, y como comenzó a llover, se la puso sobre la cabeza, y como estaba limpia, desde media legua relumbraba. Cuando el caballero llegó cerca, sin ponerse con él en razones, a todo correr de Rocinante le enristró con el lanzón bajo, llevando intención de pasarle de parte a parte; mas cuando él llegaba, sin detener la furia de su carrera, le dijo:
--Defiéndete, cautiva criatura, o entrégame de tu voluntad lo que con tanta razón se me debe.
El barbero, al ver venir sobre así aquel fantasma, para poder guardarse del golpe de la lanza, se dejó caer, y más ligero que un gamo, echó a correr por el campo, más veloz que el viento.
Dejó la bacía en el suelo y don Quijote mandó a Sancho a que alzase el yelmo, y se la puso luego en la cabeza, rodeándola a una parte y a otra, tratando de encajársela, y como no podía, dijo:
--Sin duda que el pagano a cuya medida se forjó primero esta famosa celada, debía de tener grandísima cabeza, y lo peor de ello es que le falta la mitad.
Cuando Sancho oyó llamar a la bacía celada, no pudo contener la risa.
--¿De qué te ríes Sancho? –dijo don Quijote.
--Me río –respondió él—de considerar la gran cabeza que tenía el pagano dueño de este almete, que no asemeja sino una bacía de barbero.
--¿Sabes qué imagino, Sancho? Que esta famosa pieza de este encantado yelmo, por algún extraño accidente debió de venir a manos de quien no supo conocer ni estimar su valor, y, sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo, debió de fundir la otra mitad para aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo ésta, que parece bacía de barbero, como tú dices.
Luego montaron y sin tomar determinado camino, por ser muy de caballeros andantes el no tomar ninguno cierto, se pusieron a caminar por donde la voluntad de Rocinante quiso.

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