domingo, 9 de mayo de 2010

Capítulo XVIII.- Donde se cuentan las razones que pasó Sancho Panza con su señor don Quijote, con otras aventuras dignas de ser contadas

En este pasaje don Quijote ve un ejército, que en realidad es una manada de ovejas y carneros.
Esto me recuerda cuando uno tiene preocupaciones y ve, como don Quijote, ejércitos de maleantes que en realidad son meros animales. Vean lo que dice nuestro caballero de la triste figura: uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son
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Sigamos con la historia:

Después de que lo dejaron los manteadores, llegó Sancho a su amo, marchito y desmayado, tanto, que no podía arrear su jumento.
Don Quijote dijo:
--Ahora a cabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo o venta es encantado, sin duda; porque aquellos que tan atrozmente tomaron pasatiempo contigo, ¿qué podían ser sino fantasmas y gente de otro mundo?
--Tengo para mí –dijo Sancho—que aquellos que se holgaron conmigo no eran fantasmas ni hombres encantados como vuestra merced, sino hombres de carne y hueso como nosotros; y todos tenían sus nombres, uno se llamaba Pedro Martínez, otro Tenorio Hernández y el ventero oí que se llamaba Juan Palomeque. Y lo que y saco en limpio es que estas aventuras que andamos buscando, al cabo nos han de traer tantas desventuras, que no sepamos cuál es nuestro pie derecho. Y lo que sería mejor y más acertado, según mi poco entendimiento, fuera el volvernos a nuestro lugar, ahora que es tiempo, dejándonos de andar de la Ceca a la Meca.
--¡Qué poco sabes, Sancho –respondió don Quijote— Calla y ten paciencia, que un día vendrá donde veas cuán honrosa es andar en este ejercicio.
--Así debe de ser –respondió Sancho—sólo sé que después que somos caballeros andantes, todo ha sido palos y más palos, puñadas y más puñadas, llevando yo de ventaja el manteamiento.
En estos coloquios iban don Quijote y su escudero, cuando vio don Quijote que por el camino que iban venía hacia ellos una grande y espesa polvareda; y viéndola, se volvió a Sancho y le dijo:
--¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército que de diversos e innumerables gentes por allí viene marchando. La polvareda levantaban dos grandes manadas de ovejas y carneros, que, por aquel mismo camino de dos diferentes partes venían. Con tanto ahínco afirmaba don Quijote que eran ejércitos, que Sancho le vino a creer. Don Quijote decidió retirarse a un altillo, para mirar.
Don Quijote nombraba muchos caballeros y gigantes, llevado de la imaginación, tal como había leído en sus libros.
Sancho volteaba la cabeza para ver si miraba a los caballeros que su amo nombraba; y como no descubría a ninguno, dijo:
--Señor, ni gigante ni caballero de cuantos vuestra merced dice parece todo esto; a lo menos yo no los veo; quizá todo debe ser encantamiento, como los fantasmas de anoche.
--¿Cómo dices eso, Sancho?—respondió don Quijote, ¿no oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los tambores?
--No oigo otra cosa –dijo Sancho--, sino muchos balidos de ovejas y carneros
--El miedo que tienes –dijo don Quijote—te hace, Sancho, que ni veas ni oigas. Porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son; y si es que tanto temes, retírate a una parte y déjame solo, que solo basto a dar la victoria a quien yo diere mi ayuda.
Y diciendo esto puso las espuelas a Rocinante y, puesta la lanza en el ristre, bajó de la costezuela como un rayo.
Sancho daba voces, diciendo:
--Vuélvase vuestra merced, señor don Quijote, que ¡voto a Dios que son carneros y ovejas las que va a embestir! ¡Vuélvase! ¿Qué locura es esta?
Ni por eso volvió don Quijote. Entró por medio del escuadrón de las ovejas y comenzó a darles con la lanza con tanto coraje y denuedo, como si de veras diera a sus mortales enemigos. Los pastores y ganaderos que con la manada venían, dábanle voces que no hiciese aquello, pero viendo que no les hacía caso, se desciñeron las hondas y le dieron con piedras.
Una res le dio a un lado y le sepultó dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan maltrecho, creyó que estaba muerto o mal herido, y acordándose de su brebaje mágico sacó su alcuza (vasija) y comenzó a echar licor al estómago. Llegó otro animal y le dio en la mano y en la alcuza tan de lleno, que se la hizo pedazos, llevándole de camino tres o cuatro dientes y muelas de la boca, y machucándole dos dedos de la mano. El pobre caballero cayó del caballo. Los pastores creyeron que estaba muerto, así que con mucha prisa recogieron su ganado y cargaron con las bestias muertas y sin averiguar otra cosa, se fueron.
Todo ese tiempo, Sancho miraba desde la cuesta las locuras que su amo hacía, se arrancaba las barbas, y maldecía. Viendo que los pastores se habían ido, bajó de la cuesta y lo encontró de muy mal arte, aunque no había perdido el sentido, y díjole:
--¿No le decía yo, señor don Quijote, que se volviese, que los que iba a acometer no eran ejércitos sino manadas de carneros.
Llegó Sancho tan cerca que casi le metía los ojos en la boca, y fue a tiempo que ya había obrado el bálsamo en el estómago de don Quijote; y al tiempo que Sancho llegó a mirarle la boca, arrojó de sí, más recio que una escopeta, cuanto dentro tenía, y dio con todo ello en las barbas del compasivo escudero.
--¡Santa María! –dijo Sancho—sin duda este pecador está herido de muerte, pues vomita sangre por la boca.
Pero reparando un poco más en ello, echó de ver que no era sangre, sino el bálsamo; y fue tanto el asco, que, revolviéndosele el estómago, vomitó las tripas sobre su mismo señor.
Acudió Sancho a su asno para sacar de las alforjas con qué limpiarse y curar a su amo, y como no las halló, maldijo su suerte, creyó perder el juicio, y propuso en su corazón dejar a su amo y volverse a su tierra, aunque perdiese el salario y las esperanzas del gobierno de la prometida ínsula.
Don Quijote se levantó. Llegó a donde su escudero estaba de pechos sobre su asno, con la mano en la mejilla, en guisa de hombre pensativo. Y viéndole con tanta tristeza, le dijo:
--Sábete Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden no son señales de que presto ha de serenar el tiempo,, y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca. Así, que no debes acongojarte por las desgracias que a mí me suceden, pues a ti no te cabe parte de ellas.
--¿Cómo no? –respondió Sancho--. Por ventura, ¿el que ayer mantearon, ¿era otro hijo de mi padre? Y las alforjas que hoy me faltan, con todas mis alhajas, ¿son de otro que del mismo?
--¿Qué te faltan las alforjas, Sancho?
--Sí que me faltan –respondió.
Decidieron buscar donde pasar la noche y don Quijote dejó que Sancho eligiera el camino.
Nuestro caballero se lamentó de sus muelas perdidas y dijo:
--Qué más quisiera que me hubieran derribado un brazo, como no fuera el de la espada; porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante.

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