lunes, 3 de mayo de 2010

Capítulo XIII.- Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos

En este pasaje, mientras van camino al entierro de un pastor que murió de amor, don Quijote explica qué son y de donde provienen los caballeros andantes.

Vamos a la historia:

Don Quijote y Sancho Panza se levantaron al descubrirse el día y los cinco cabreros corrieron a despertar a sus huéspedes y le preguntaron si todavía estaba interesado en ir al entierro de Grisóstomo. Emprendieron el camino y se encontraron con otros pastores en el camino.
Uno de los caminantes, que se llamaba Vivaldo, le preguntó a don Quijote qué era la ocasión que le movía a andar armado de aquella manera por tierra pacífica, a lo cual respondió:
--La profesión de mi ejercicio no consiente ni permite que yo ande de otra manera; el buen paso, el regalo y el reposo se inventó para los blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas, sólo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes, de los cuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos.
Vivaldo le preguntó qué quería decir caballeros andantes.
--¿No han vuestras mercedes leído –respondió don Quijote—los anales e historias de Inglaterra, donde se tratan las famosas hazañas del Rey Arturo, de quien es tradición antigua y común en todo aquel reino de la Gran Bretaña que este rey no murió, sino que, por arte de encantamiento, se convirtió en cuervo, y que, andando los tiempos, ha de volver a reinar y cobrar su reino y cetro, a cuya causa no se probará que desde aquel tiempo a éste haya ningún inglés muerto cuervo alguno?
Pues en tiempo de este buen rey fue instituida aquella famosa orden de caballería de los caballeros de la Tabla Redonda, y pasaron, sin faltar un punto, los amores que allí se cuentan de don Lanzarote del Lago con la reina Ginebra.
Pues desde entonces, de mano en mano, fue aquella orden de caballería extendiéndose y dilatándose por muchas y diversas partes del mundo; y en ella fueron famosos y conocidos por sus hechos el valiente Amadís de Gaula, con todos sus hijos y nietos hasta la quinta generación, y el valeroso Felixmarte de Hircania, h el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, y el valeroso caballero don Belianís de Grecia. Esto, pues, señores es ser caballero andante, y la que he dicho es la orden de su caballería, en la cual, como en otra vez he dicho, yo he hecho profesión, y así me voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me depare, en ayuda de los flacos y menesterosos.
En esas pláticas iban, cuando vieron que bajaban de las montañas 20 pastores, todos vestidos de negro y coronados con guirnaldas.
Uno de los cabreros dijo:
--Aquellos que allí vienen son los que traen el cuerpo de Crisóstomo, y el pie de aquella montaña es el lugar donde él mandó que le enterrasen.
Todos vieron el cuerpo cubierto de flores y vestido de pastor, al parecer de 30 años. Aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda. Alrededor de él habían colocado algunos libros y muchos papeles, abiertos y cerrados.
Uno de los que traían al muerto dijo:
--Mira bien, Ambrosio, si éste es el lugar que Crisóstomo dijo en su testamento.
-- Éste es –respondió Ambrosio--; que muchas veces en él me contó mi desdichado amigo la historia de su desventura. Allí me dijo él que vio la vez primera a aquella enemiga mortal del linaje humano, y fue allí donde la primera vez le declaró su pensamiento, y allí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar, de suerte que puso fin a la tragedia de su miserable vida.
Y volviéndose a don Quijote y a los caminantes, prosiguió:
--Grisóstomo quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera; importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud, de quien alcanzó por premio ser despojos de la muerte en la mitad de su vida, a la cual dio fin una pastora a quien él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo pudieran mostrar estos papeles que estáis mirando, si él no me hubiera mandado que los entregara al fuego, habiendo entregado su cuerpo a la tierra.
Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió uno de ellos y vio que tenía por título “Canción desesperada”. Ambrosio dijo:
--Este es el último papel que escribió el desdichado; y porque veas en el término que le tenían sus desventuras, leedle.

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