martes, 11 de mayo de 2010

De la jamás vista ni oída aventura que con loco peligro fue acabada de famoso caballero en el mundo, como la que acabó el valeroso don Quijote de la M

En este episodio Sancho llora de miedo y después se ríe de don Quijote.
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Capítulo XX

De la jamás vista ni oída aventura que con más poco peligro fue acabada de famoso caballero en el mundo, como la que acabó el valeroso don Quijote de la Mancha

Sancho y don Quijote decidieron comer en pleno campo. Pero no tenían vino que beber ni aun agua que llevar a la boca. El escudero propuso buscar un arroyo para saciar la sed.
Caminaron en la oscuridad, aunque oían un grande ruido de agua, otro estruendo les estropeó el contento, especialmente a Sancho, que era medroso y de poco ánimo.
Oyeron que daban unos golpes a compás, con cierto crujir de hierros y cadenas, que acompañados del furioso estruendo del agua, pusieran pavor a cualquier otro corazón que no fuera el de don Quijote.
Don Quijote se imaginó una nueva aventura y le dijo a su escudero:
--Aprieta las cinchas de Rocinante y espérame aquí tres días, en los cuales si no volviere, puedes volverte a nuestra aldea, y desde allí, por hacerme merced y buena obra, irás al Toboso, donde le dirás a la incomparable señora mía Dulcinea que su cautivo caballero murió por acometer cosas que le hiciesen digna de llamarse suyo.
Cuando Sancho oyó las palabras de su amo comenzó a llorar con la mayor ternura del mundo, y a decirle:
--Señor, aquí no nos ve nadie, bien podemos torcer el camino y desviarnos del peligro, aunque no bebamos en tres días.
--Te ruego, Sancho que calles, lo que debes hacer es apretar bien las cinchas de Rocinante, y quedarte aquí.
Viendo Sancho la resolución de su amo, determinó hacerle esperar hasta el día siguiente y así, cuando apretaba las cinchas al caballo, bonitamente y sin ser sentido, ató con el cabestro de su asno ambos pies de Rocinante, de manera que cuando don Quijote quiso partir, no pudo porque el caballo no podía moverse sino a saltos.
Entre pláticas y coloquios pasaron la noche amo y mozo; mas, viendo Sancho que se venía la mañana, con mucho tiento desligó a Rocinante.
Don Quijote, al ver que Rocinante podía moverse libremente, volvió a indicarle que lo esperara tres días, reiteró el recado para Dulcinea y le dijo que en lo que tocaba a la paga de sus servicios, había dejado hecho su testamento, donde se hallaría gratificado.
De nuevo tornó a llorar Sancho, y determino no dejar a su señor hasta el último tránsito y fin de aquel negocio.
Don Quijote comenzó a caminar, Sancho lo siguió y así descubrieron la causa del horrísono y espantable ruido: eran seis mazos de batán, que con sus alternativos golpes aquel estruendo formaban.
Don Quijote se quedó pasmado y Sancho lo miró, y vio que tenía la cabeza inclinada sobre el pecho. Miró también don Quijote a Sancho, y vio que tenía los carrillos hinchados y la boca llena de risa. Don Quijote fue el primero en reír y Sancho rió tanto que tuvo que apretarse las quijadas con los puños, por no reventar riendo.

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