lunes, 10 de mayo de 2010

Capítulo XIX.- De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos

En este punto Sancho Panza bautiza a don Quijote como el Caballero de la Triste Figura.
Lean las razones del escudero:


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Don Quijote y Sancho caminaban por el campo después de la aventura en que nuestro caballero luchó con un ejército de ovejas y carneros, episodio en el que perdió algunos dientes y muelas.
Les tomó la noche en la mitad del camino; el escudero hambriento y el amo con ganas de comer vieron que venían hacia ellos gran multitud de lumbres, que no parecían sino estrellas que se movían. Sancho se pasmó y don Quijote no las tuvo todas consigo; estuvieron quedos mirando atentamente lo que podía ser aquello, y vieron que las lumbres se iban acercando a ellos y, mientras más se llegaban, mayores parecían, a cuya vista Sancho comenzó a temblar, y los cabellos de la cabeza se le erizaron a don Quijote, el cual, animándose un poco, dijo:
---Esta, sin duda, Sancho, debe de ser grandísima y peligrosísima aventura, donde será necesario que yo muestre todo mi valor y esfuerzo.
Apartándose los dos del camino, tornaron a mirar amantemente lo que aquello de las lumbres que caminaban podía ser, y de allí a muy poco descubrieron muchos encamisados, cuya temerosa visión remató el ánimo de Sancho Panza, el cual comenzó a dar diente con diente, como quien tiene fiebre; descubrieron veinte encamisados, todos a caballo, con sus hachas encendidas en las manos, detrás de los cuales venía una litera cubierta de luto, a la cual le seguían otros seis a caballo, enlutados hasta los pies.
A don Quijote en aquel punto se le representó en su imaginación que aquélla era una de las aventuras de sus libros.
Se le figuró que la litera eran andas donde debía ir algún mal herido o muerto caballero, cuya venganza a él solo le estaba reservada; y sin hacer otro discurso, enristró su lanzón y se puso en la mitad del camino; cuando vio a los encamisados cerca les ordenó detenerse.
La mula de uno de los descamisados era asustadiza, y al tomarla éste del freno, se espantó y dio con su dueño por las ancas en el suelo. Un mozo comenzó a denostar a don Quijote, el cual ya encolerizado, arremetió a uno de los enlutados y dio con él en tierra; y revolviéndose con los demás, era cosa de ver con la presteza que los acometía y desbarataba, que no parecía sino que en aquel instante le habían salido alas a Rocinante, según andaba ligero y orgulloso.
Don Quijote los apaleó a todos y los hizo dejar el sitio mal de su grado, porque todos pensaban que no era hombre sino diablo del infierno, que les salía a quitar el cuerpo muerto que en la litera llevaban.
Estaba un hacha ardiendo en el suelo, junto al primer descamisado que derribó la mula, a cuya luz pudo verle don Quijote el rostro; y, llegándose a él le puso la punta del lanzón en el rostro, diciéndole que se rindiese; sino, lo mataría.
El caído dijo llamarse Alonso López y que iba con otros once sacerdotes a llevar el cuerpo de un caballero, que había muerto de peste, a la ciudad de Segovia.
Don Quijote llamó a Sancho, pero él no se curó de venir, porque andaba ocupando desvalijando una acémila de repuesto que traían aquellos buenos señores, bien abastecida de cosas de comer. El escudero recogió todo lo que pudo y ayudó a su señor a sacar al caído, que tenía atorada una pierna entre el estribo y la silla. Don Quijote lo puso encima de la mula, le dio el hacha y le dijo que siguiese a sus compañeros. Díjole también Sancho:
--Si acaso quisieren saber esos señores quién es el valeroso que tales los puso, dígales vuestra Merced que es el famoso don Quijote de la Mancha, que por otro nombre se llama el Caballero de la Triste Figura.
Se fue el bachiller y don Quijote preguntó a Sancho que qué le había movido a llamarle de esa manera.
--Yo se lo diré –respondió Sancho--; porque he estado mirando un rato la luz de aquella hacha que lleva aquel mal andante, y verdaderamente tiene vuestra merced la más mala figura de poco acá que jamás he visto; y débelo haber causado, o ya el cansancio de este combate, o ya la falta de las muelas y dientes.
--No es eso –respondió Don Quijote--, sino que el sabio a cuyo cargo debe de estar el escribir la historia de mis hazañas, le habrá parecido que será bien que yo tome algún nombre apelativo, como lo tomaban todos los caballeros pasados; cual se llamaba el de la Ardiente Espada, el de la Muerte, y por estos nombres e insignias eran conocidos por toda la redondez de la tierra; y así digo que el sabio ya dicho te habrá puesto en la lengua y en el pensamiento ahora que me llamases el Caballero de la Triste Figura, como pienso llamarme de ahora en adelante.

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