miércoles, 5 de mayo de 2010

Capitulo XV Donde se cuenta la desgraciada aventura que se topó don Quijote en topar con unos desalmados yangûeses

Qué divertido capitulo, donde Sancho y don Quijote pagan los platos rotos porque Rocinante se puso romántico.

Don Quijote y su escudero entraron por el bosque donde se había internado la pastora Marcela. La buscaron por más de dos horas, sin hallarla, y vinieron a parar en un prado lleno de fresca yerba, junto del cual corría un arroyo apacible y fresco. Sin ceremonia alguna, se apearon y amo y mozo comieron. Rocinante y el burro andaban sueltos. Ordenó, pues, la suerte, y el diablo que no todas veces duerme, que andaban por aquel valle paciendo una manada de yeguas galicianas de unos arrieros yangüeses.
Sucedió, pues, que a Rocinante le vino en deseo de refocilar con las señoras facas, y saliendo así como las olió de su natural paso y costumbre, sin pedir licencia a su dueño, tomó un trotico algo picante y se fue a comunicar su necesidad con ellas.
Mas ellas, que debían tener más gana de pacer que de otra cosa, recibiéronle con las herraduras y con los dientes, de tal manera, que a poco espacio se le rompieron las cinchas, y quedó sin silla, en pelota; pero lo que debió más de sentir fue, que viendo los arrieros la fuerza que a sus yeguas se les hacía, acudieron con estacas, y tantos palos le dieron, que le derribaron malparado en el suelo.
Ya en esto, don Quijote y Sancho, que la paliza de Rocinante habían visto, llegaban jadeando, y dijo don Quijote a Sancho:
--A lo que yo veo, amigo Sancho, éstos no son caballeros, sino gente soez y de baja ralea; dígolo, porque bien me puedes ayudar a tomar la debida venganza del agravio que delante de nuestros ojos se le ha hecho a Rocinante.
--¿Qué diablos de venganza hemos de tomar –respondió Sancho--, si éstos son más de veinte, y nosotros no más de dos, y aun quizá nosotros sino uno y medio?
--Yo valgo por ciento –replicó don Quijote.
Y sin hacer más discursos, echó mano a su espada y arremetió a los yangûeses, y lo mismo hizo Sancho Panza, incitado y movido del ejemplo de su amo; y, a las primeras, dio don Quijote una cuchillada a uno que le abrió un sayo de cuero de que venía vestido, con gran parte de la espalda.
Los yangüeses, que se vieron maltratar de aquellos dos hombres solos, siendo ellos tantos, acudieron a sus estacas y cogiendo a los dos en medio, empezaron a menudear sobre ellos con gran ahínco y vehemencia. Verdad es que al segundo toque dieron con Sancho en el suelo, y lo mismo le avino a don Quijote, sin que le valiese su destreza y buen ánimo. Y quiso su ventura que viniera a caer a los pies de Rocinante, que aún no se había levantado, donde se echa de ver la furia con que machacan estacas puestas en manos rústicas y enojadas.
Los yangüeses cargaron su recua y se pusieron en camino, dejando a los dos aventureros de mala traza y peor talante.
Sancho, con voz enferma y lastimada, dijo:
--¡Señor don Quijote!, ¡Ah, señor don Quijote!
--¿Qué quieres, Sancho hermano? –respondió don Quijote
--Querría, si fuese posible –respondió Sancho Panza--, que vuestra merced me diese dos tragos de aquella bebida del feo Blas, si es que la tiene vuestra merced, quizá será de provecho para los quebrantamientos de huesos como para las heridas.
--Pues, a tenerla yo aquí, desgraciado yo, ¿qué nos faltaba? –respondió don Quijote.
Sancho dijo a don Quijote que el jumento había quedado libre de los golpes.
--Siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas para dar remedio a ellas –dijo don Quijote--; dígolo porque esa bestezuela podrá suplir ahora la falta de Rocinante, llevándome a mi desde aquí a algún castillo, donde sea curado de mis heridas.
Sancho acomodó a don Quijote sobre el asno y puso de reata a Rocinante, y llevando al asno de cabresto, se encaminó hacia donde la pareció que podía estar el camino real; y la suerte, que sus cosas de bien en mejor iba guiando, aún no hubo andado una pequeña legua, cuando le deparó el camino, en el cual descubrió una venta que, a pesar suyo y gusto de don Quijote, había de ser castillo.

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