viernes, 30 de abril de 2010

Capítulo X.- De lo que le avino a don Quijote con el vizcaíno y el peligro en que se vio con una turba de yangüeses

En este pasaje conocemos la ternura e ingenuidad de Sancho Panza, quien no sabía leer ni escribir
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Don Quijote terminaba su batalla con el vizcaíno y Sancho Panza, algo maltratado por el trato de los mozos de los frailes, se levantaba. Había estado atento y rogaba a Dios en su corazón fuese servido de darle victoria, y que en ella ganase alguna ínsula, de donde le harían gobernador como se lo había prometido.
Viendo que su amo volvía a subir sobre Rocinante, llegó a detenerle el estribo, y antes de que subiese, se hincó de rodillas, y asiéndole la mano se la besó y le dijo:
--Sea vuestra merced, don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que yo me siento con ganas de saberla gobernar.
A lo que don Quijote respondió:
--Advertid, Sancho, que esta aventura no es de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa sino sacar rota la cabeza o una oreja menos; tened paciencia que aventuras se ofrecerán donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino más adelante.
Sancho le agradeció, le besó otra vez la mano y le ayudó a subir sobre Rocinante.
Caminaron y don Quijote preguntó:
--Dime por tu vida: ¿has visto más valeroso caballero que yo en todo lo descubierto de la tierra? ¿Has leído en historias otro que tenga más brío en acometer, más aliento en el perseverar, más destreza en el herir, ni más maña en el derribar?
--La verdad sea –respondió Sancho—que no he leído historia alguna, porque ni se leer ni escribir. Lo que ruego a vuestra merced es que se cure, que le va mucha sangre en esa oreja; que aquí traigo ungüento blanco en las alforjas.
--Todo fuera bien –respondió don Quijote—si me acordara de hacer una redoma de bálsamo de Fierabrás, que con una sola gota se ahorraran tiempo y medicinas.
--¿Qué redoma y qué bálsamo es ese? –dijo Sancho Panza.
--Es un bálsamo –respondió don Quijote— que tengo en la memoria. Y cuando yo lo haga y te lo dé, no tienes más que hacer, cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio cuerpo, con mucha sutileza, antes que la sangre se hiele, pondrás la mitad del cuerpo caído en el suelo sobre la otra mitad que quedare en la silla, cuidando de encajarlo bien. Luego me das a beber uno o dos tragos del bálsamo y verás que quedo más sano que una manzana.
--Yo renuncio desde ya al gobierno de la prometida ínsula –dijo Sancho--, y no quiero otra cosa en pago de mis servicios, sino que vuestra merced me dé la receta de ese extremado licor.
--Mayores secretos piensa enseñarte –respondió don Quijote--, por ahora curémenos, que la oreja me duele más de lo que yo quisiera.
Sancho sacó de sus alforjas el ungüento, mas cuando don Quijote vio su rota celada, pensó perder el juicio, y puesta la mano en la espada y alzando los ojos al cielo, dijo:
--Yo hago juramento al Creador de todas las cosas, de hacer la vida que hizo el gran marqués de Mantua cuando juró vengar la muerte de su sobrino Valdovinos, que fue no comer pan ni con su mujer folgar, hasta tomar venganza del que tal desaguisado me hizo.
Mas tarde don Quijote pidió a Sancho buscar en las alforjas algo para comer.
--Aquí traigo pan, un poco de queso y cebolla –dijo Sancho—pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced.
--¡Qué mal lo entiendes! –replicó don Quijote— es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y ya que comen, es aquello que hallaren más a mano. Andando por las florestas y despoblados, y sin cocinero, su ordinaria comida es de viandas rústicas, como las que ahora me ofreces.
Comieron los dos en paz y en buena compañía.

jueves, 29 de abril de 2010

Capítulo IX.- Donde se concluye y da fin a la estupenda aventura que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron

Después de la aventura con los molinos de viento, Sancho y don Quijote iban camino a Puerto Lapide. Asomaron por el camino dos frailes de la orden se San Benito. Detrás de ellos venía un coche, con cuatro o cinco de a caballo y tres mozos de mulas a pie. Venía en el coche una señora vizcaína que iba a Sevilla. No venían los frailes con ella, aunque iban por el mismo camino. Apenas los vio don Quijote, cuando dijo a su escudero:
--Ésta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto, porque aquellos bultos que allí parecen deben ser, sin duda, algunos encantadores, que llevan hurtada una princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío.
--Peor será esto que lo de los molinos de viento –dijo Sancho--. Mire señor, que aquéllos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera. Mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le engañe.
Se adelantó y se puso a la mitad del camino por donde los frailes venían, y en voz alta dijo:
--Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche lleváis forzadas; si no, aparejaos a recibir presta muerte por justo castigo de malas obras.
--Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino y no sabemos si en este coche vienen o no ningunas forzadas princesas.
Sin esperar más respuesta, don Quijote picó a Rocinante y, la lanza baja, arremetió contra el primer fraile con tanta furia y denuedo, que si el fraile no se dejara caer de la mula, él le hiciera venir al suelo, aun mal herido, si no cayera muerto.
El segundo religioso, que vio el modo en que trataban a su compañero, puso piernas al castillo de su buena mula y corrió más ligero que el mismo viento.
Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su asno, arremetió a él y le comenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes y le preguntaron por qué le desnudaba. Respondió Sancho que aquello le tocaba a él legítimamente, como despojos de la batalla que su señor don Quijote había ganado. Los mozos, que no sabían de burlas, ni entendían de despojos ni batallas, viendo que don Quijote estaba desviado de allí, hablando con las que en el coche venían, arremetieron con Sancho, y dieron con él en el suelo, y sin dejarle pelo en las barbas le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo, sin aliento ni sentido.
Don Quijote estaba hablando con la señora del coche, diciéndole:
--Porque no penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par Dulcinea del Toboso; y en pago del beneficio que de mí habéis recibido, no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso, y que de mi parte os presentéis ante esta señora y le digáis lo que por vuestra libertad he hecho.
Todo esto que don Quijote decía escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que era vizcaíno, el cual no quería dejar pasar el coche adelante, sino que decía que luego había de dar la vuelta al Toboso, se fue para don Quijote y, asiéndole de la lanza, le dijo en mala lengua castellana y peor vizcaína, de esta manera:
--Anda, caballero que mal andes; ¡Por dios que me crió que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno!
Don Quijote arrojó la lanza al suelo, sacó su espada, embrazó su rodela y arremetió al vizcaíno con determinación de quitarle la vida.
El vizcaíno no pudo hacer otra cosa que sacar su espada; pero avínale bien que estaba junto al coche, de donde pudo tomar una almohada que le sirvió de escudo.
El primero que descargó el golpe fue el colérico vizcaíno, con tanta fuerza y tanta furia que, a no volvérsele la espada en el camino, aquel solo golpe fuera bastante para dar fin a su rigurosa contienda y a todas las aventuras de nuestro caballero; mas la buena suerte, que para mayores cosas la tenía guardado, torció la espada de su contrario, de modo que, aunque se la acertó en el hombro izquierdo, no le hizo otro daño que desarmarle todo aquel lado, llevándole de camino gran parte de la celada con la mitad de la oreja; que todo ello con espantosa ruina vino al suelo, dejándole muy maltrecho.
La rabia entró en el corazón de nuestro manchego, se alzó de nuevo en los estribos, y apretando más la espada en las dos manos, con tal furia descargó sobre el vizcaíno, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza, que cayó y comenzó a echar sangre por las narices y por la boca y por los dos oídos. Don Quijote llegó hasta él y, poniéndole la punta de la espada en los ojos, le dijo que se rindiese; sino, que le cortaría la cabeza. Las señoras del coche le pidieron con mucho encarecimiento que les hiciese la merced de perdonarle la vida a su escudero. A lo cual don Quijote accedió, con la condición de que el caballero prometiese ir al Toboso y presentarse ante Dulcinea.

miércoles, 28 de abril de 2010

Capítulo VIII Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo con la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento

Por favor, díganme ¿Quién no ha luchado contra molinos de viento imaginarios?
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Sigue la historia:

--En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que había en aquel campo; y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
--La suerte va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves ahí, amigo Sancho Panza, donde se descubren 30 pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batallas y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente sobre la faz de la tierra.
--¿Qué gigantes? –dijo Sancho Panza
--Aquellos que allí ves –respondió su amo—de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
--Mire vuestra merced –respondió Sancho—que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
--Bien parece –respondió don Quijote-- que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo, quítate de ahí y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y diciendo esto, dio de espuelas a Rocinante, sin atender las voces que su escudero le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voz alta:
--No huyáis, cobardes y viles criaturas; que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:
--Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance lo socorriese, bien cubierto con su rodela (escudo), con la lanza en el ristre, arremetió a todo galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al c aballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía menear; tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
--Válgame Dios --dijo Sancho--; ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza.
--Calla, amigo Sancho –respondió don Quijote--; que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continuas mudanzas; cuanto más, que yo pienso, y así es verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento; mas al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.
--Dios lo haga como puede –respondió Sancho Panza; y ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba.
Esa noche la pasaron entre unos árboles, y de uno de ellos desgajó don Quijote una rama seca, que casi le podía servir de lanza, y puso en ella el hierro que quitó de la que se le había quebrado. Toda aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea, por acomodarse a lo que había leído en sus libros.
Al día siguiente tomaron camino a Puerto Lápice. Don Quijote le dio a Sancho:
--No has de poner mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero si fueren caballeros, en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería que me ayudes, hasta que seas armado caballero.

martes, 27 de abril de 2010

Capítulo VII De la segunda salida de nuestro buen caballero Don Quijote de la Mancha

Este capítulo tiene dos grandes atractivos: la entrada en escena del graciosísimo escudero Sancho Panza y la lección de vida que nos da don Quijote, quien regresó apaleado de su primera salida.
Él pudo acobardarse, ponerse justificaciones, quedarse en el confort de su casa. Pero no, apenas se recuperó de sus heridas salió otra vez a vivir todo lo que no había vivido a sus 50 años.

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Vamos a la historia:

El ama quemó cuantos libros había en toda la casa. Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron para el mal de su amigo, fue que tapiasen el aposento de los libros, para que cuando don Quijote se levantase, no los hallase. A los dos días, éste se levantó y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros; y como no hallaba el aposento donde le había dejado, andaba de una en otra parte buscándole. Llegaba a donde estaba la puerta y tentaba con las manos, y volvía y revolvía los ojos sin decir palabra; pero al cabo de un rato preguntó a su ama que hacia qué parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que ya estaba bien advertida de lo que había de responder, le dijo:
--Ya no hay aposento ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mismo diablo.
--No era diablo –replicó la sobrina--, sino un encantador que vino sobre una nube, una noche, dijo que se llamaba el sabio Muñatón.
--Frestón diría –dijo don Quijote.
--No sé –respondió el ama—si se llamaba Frestón o Fritón; sólo sé que acabó en “tón” su nombre.
Don Quijote estuvo 15 días en su casa, muy sosegado, sin dar muestras de querer secundar sus primeros devaneos. En ese tiempo solicitó a un labrador vecino suyo, hombre de bien pero de muy poca sal en la mollera. Tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano determinó de salirse con él y servirle de escudero.
Entre otras cosas, le decía don Quijote que tal vez podía suceder aventura que ganase en quítame allá esas pajas alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza (que así se llamaba el labrador) dejó su mujer e hijos, y se convirtió en escudero de su vecino.
Don Quijote se puso a buscar dinero; y vendiendo una cosa y empeñando otra, y malbaratándolas todas, reunió una razonable cantidad. Pidió prestada una rodela (escudo redondo y delgado), reparó su rota celada y avisó a su escudero Sancho el día y la hora que pensaba ponerse en camino, para que él llevase lo que era menester, sobre todo le encargó que llevase alforjas. Sancho dijo que sí, y que pensaba llevar un asno, porque él no estaba ducho a andar mucho a pie. En lo del asno reparó don Quijote, pues no recordaba que algún caballero andante había traído escudero caballero asnalmente, pero determinó que cambiaría al asno con un caballo que le quitaría al primer caballero que topase.
Sin despedirse Panza de sus hijos y don Quijote de su ama y sobrina, una noche salieron del lugar sin que persona alguna los viese; caminaron tanto que al amanecer se tuvieron por seguros que no los hallarían aunque los buscasen.
Iban conversando, por la mañana, dijo en esto Sancho Panza a su amo:
--No se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido; que la sabré gobernar por grande que sea. Si yo fuese rey por algún milagro, Juana Gutiérrez, mi mujer, vendría a ser reina, y mis hijos infantes.
--Encomiéndalo tú a Dios, Sancho –respondió Don Quijote--, que Él dará lo que más le convenga.

lunes, 26 de abril de 2010

Capítulo VI Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo

En este delicioso pasaje, la sobrina de don Quijote, junto con los amigos del ingenioso caballero, aprovechan que éste dormía después de regresar apaleado de su primera salida, para quemar sus libros de caballería.
Cervantes aprovecha para balconear a los libros chatarra de la época en que escribía.
¿Qué libros de hoy sería bueno echar a la hoguera? Yo empezaría por la serie de novelas de Dan Brown, en primer lugar el Código Da Vinci; mis hijas Diana y Ximena, por las novelas de vampiros light de Stephanie Meyer y su famoso Crepúsculo.
¿El lector cuál echaría primero al fuego?
Vamos a la acción:

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Don Quijote aún dormía. El cura y el barbero, maese Nicolás, pidieron a la sobrina del famoso caballero andante las llaves del aposento donde estaban los libros autores de la locura de nuestro personaje.
--Tome vuestra merced, rocíe este aposento –dijo el ama--; no estará aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de la que les queremos dar, echándolos del mundo.
El cura se rió de la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando aquellos libros, uno por uno, pues podía ser que algunos no mereciesen el castigo del fuego.
El primer libro que maese Nicolás tomó fue “Los cuatro de Amadís de Gaula”, y dijo el cura:
--Este fue le primer libro de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen de éste; y así como dogmatizador de una secta tan mala, le debemos, sin excusa alguna, condenar al fuego.
--No señor –dijo el barbero—que también he oído decir que es el mejor de todos los libros de este género que se han compuesto; y así, como único en su arte, se debe perdonar. El mismo parecer tomaron para “Palmerín de Inglaterra”.
El primero que fue echado al fuego fue las “Sergas de Esplandián”, luego “Amadís de Grecia”; “Don Olivante de Laura”; “Florismarte de Hircania”; “El Caballero Platir”.
El cura propuso poner “Espejo de caballerías” en un pozo seco. Y “Don Belianís” le fue entregado al barbero, con la encomienda de que no dejara a ninguna persona leerlo.
Llegó el turno a la “Historia del famoso caballero Tirante el Blanco”. El curo opinó que por su estilo era el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros de caballería carecen. Recomendó al barbero que se llevara el libro a su casa y lo leyera.
También se salvaron del fuego “La Diana”, de Jorge Montemayor; “Los diez libros de la Fortuna de Amor”, de Antonio de Lofraso, poeta sardo, y “El cancionero”, de López Maldonado; “La Araucana”, de Alonso de Ercilla; “La Austríada”, de Juan Rufo, y “El Monserrato”, de Cristóbal de Virués, y “Las lágrimas de Angélica”.
Cervantes se burla de sí mismo cuando llega el turno a “La Galatea”, de la cual dice el cura que “propone algo pero no concluye nada; es menester esperar la segunda parte, que promete”. Entretanto, propuso al barbero que lo guardara en su posada.
Todos los libros condenados se fueron a la hoguera.

domingo, 25 de abril de 2010

Capítulo V Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero

Capítulo V
Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero

En esta parte, don Quijote regresa a su casa después de su primera salida. Y esto me mueve a pensar en que muchas veces nos va muy mal al empezar un nuevo trabajo, una nueva empresa, un cambio de vida.
Don Quijote regresó apaleado de su primera salida. Pero su reacción, como veremos, es una gran lección.
Vamos a la historia
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Don Quijote vio que no podía moverse después de que fue apaleado por un mozo. Quiso la suerte que acertara que pasar por allí un labrador vecino suyo que venía de llevar una carga de trigo al molino.
El labrador, quitándole la visera, que estaba hecha pedazos por los palos, le limpió el rostro, lo reconoció y le dijo:
--Señor Quijana, ¿quién ha puesto a vuestra merced de esta suerte?
Con no poco trabajo lo subió sobre su jumento. Recogió las armas, hasta las astillas de la lanza, y liólas sobre Rocinante, al cual tomó de la rienda y del cabestro al asno, y se encaminó a su pueblo, bien pensativo de los disparates que don Quijote decía; y no menos iba don Quijote, que, de puro molido y quebrantado, no se podía tener sobre el borrico, y de cuando en cuando daba unos suspiros que los ponía en el cielo.
Llegaron al lugar a la hora que anochecía, pero el labrador aguardó a que fuese algo más noche, porque no viesen al molido hidalgo. Llegada la hora, entró en el pueblo, y en la casa de don Quijote, la cual halló toda alborotada; y estaban el cura y el barbero del lugar, que eran amigos de don Quijote. Todos lamentaban que el caballero llevaba tres días desaparecido, junto con su rocín, su adarga, lanza y armas.
La sobrina de don Quijote decía “yo tengo la culpa de todo, que no avisé a vuestras mercedes de los disparates de mi señor tío, para que lo remediaran antes de llegar a lo que ha llegado, y quemaran todos estos descomulgados libros.
Todos fueron a abrazar a don Quijote, pero éste dijo:
--Ténganse todos, que vengo mal herido por la culpa de mi caballo; llévenme a mi lecho, y llámese si fuere posible a la sabia Uganda, que cure mis heridas.
Lo llevaron a la cama, y catándole las heridas, no le hallaron ninguna, y él dijo que todo era molimiento por haber dado una gran caída con Rocinante, su caballo, combatiendo con 10 jayanes (gigantes) desaforados y atrevidos.
Hiciéronle a don Quijote mil preguntas, y a ninguna quiso responder otra cosa sino que lo diesen de comer y lo dejasen dormir. El cura y el barbero quedaron de verse al otro día en la casa de don Quijote.

sábado, 24 de abril de 2010

Capitulo IV De lo que sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

Este es uno de los pasajes que me gustan mucho de la novela de Cervantes.
¿Quién, con la mejor de las intenciones, no ha tratado de ayudar a un desvalido como don Quijote a Andrés, sólo para enterarse después de que le fue peor?
Sigamos con la historia:
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La del alba sería cuando don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Viniéronle a la memoria los consejos del ventero de llevar dinero y camisas y así determinó volver a su casa y acomodarse de todo y de un escudero.
No había andado mucho cuando le pareció que de la espesura del bosque salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba. Y a pocos pasos que entró por el bosque vio atada una yegua a una encina, y atado en otra a un muchacho, desnudo de medio cuerpo arriba, de unos 15 años, que era el que las voces daba, porque un labrador le estaba dando con una pretina muchos azotes, y a cada azote acompañaba con una reprensión y decía:
--La lengua queda y los ojos listos.
Y el muchacho respondía:
--No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato.
Y don Quijote, viendo lo que pasaba, con voz airada dijo:
--Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defenderse no puede. Subid sobre vuestro caballo, tomad vuestra lanza, que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.
El labrador, que vio sobre sí aquella figura llena de armas, blandiendo la lanza sobre su rostro, túvose por muerto y con buenas palabras respondió:
--Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un criado que me sirve cuidando una manada de ovejas que tengo en estos contornos; el cual es tan descuidado, que cada día me falta una; y porque castigo su descuido, dice que lo hago de miserable, por no pagarle, y Dios y mi alma saben que miente.
--¿Miente delante de mí, ruin villano? –dijo Don Quijote—Por el sol que nos alumbra que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza; pagadle luego sin más réplica. Desatadlo luego.
El labrador bajó la cabeza y sin responder palabra desató a su criado, al cual preguntó don Quijote que cuánto le debía su amo. Él dijo que nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta don Quijote y dijóle al labrador que al momento desembolsase los sesenta y tres reales, si no quería morir por ello. El medroso villano respondió que no eran tantos, porque se le habían de descontar tres pares de zapatos que le había dado, un real, y dos sangrías que le había dado estando enfermo.
--Bien está todo esto –respondió don Quijote--; pero quédense los zapatos y las sangrías por los azotones que sin culpa le habéis dado; que si él rompió el cuero de los zapatos que pagaste, vos le habéis roto el de su cuerpo; y si el barbero le sacó sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habéis sacado; así que, por esta parte, no os debe nada.
--El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dinero; véngase Andrés conmigo a mi casa, que yo se les pagaré un real sobre otro.
--¿Irme yo con él? –dijo el muchacho—más? No señor, ni pensarlo, porque, en verdad viéndome solo, me desollará.
--No hará total –replicó don Quijote--; basta que yo se lo mande para que me tenga respeto; y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha recibido, le dejaré libre y aseguraré la paga.
--Mire vuestra merced lo que dice –dijo el muchacho--, que este mi amo no es caballero, ni ha recibido orden de caballería alguna; que es Juan Haldudo el rico, vecino de Quintanar.
--Hacedme el placer de veniros conmigo –respondió el labrador—que yo juro por todas las órdenes de caballerías que hay en el mundo de pagaros, como tengo dicho, un real sobre otro.
--Con eso me contento –dijo don Quijote—y mirad que lo cumpláis; si no, os juro que he de volver a buscaros y os tengo que hallar, aunque os escondáis más que una lagartija. Y si queréis saber quién os manda esto, sabed que soy el valeroso don Quijote de la Mancha, deshacedor de agravios y sinrazones.
Diciendo esto, picó a Rocinante y se apartó de ellos. El labrador lo siguió con los ojos y cuando vio que ya no parecía por el bosque, volviese a su criado Andrés y le dijo:
--Venid acá hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo, como aquel caballero me dejó mandado. Pero por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga. Y asiéndolo del brazo, tornó a atarlo a la encina, donde le dio tantos azotes que lo dejó por muerto.
--Llamad, Andrés, ahora al deshacedor de agravios y verás como no deshace éste. El labrador lo desató y Andrés partió llorando, mientras su amo se quedó riendo.
En esto don Quijote llegó a un camino y descubrió a un grupo de mercaderes que iban a comprar seda. Eran seis y venían con cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie. Apenas los divisó don Quijote cuando se le imaginó ser cosa de nueva aventura; y por imitar lo que había leído en sus libros, se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al pecho y, puesto en mitad del camino, levantó la voz y con ademán arrogante dijo:
--Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.
Uno de ellos, que era un poco burlón, le dijo:
--Señor caballero, nosotros no conocemos quien sea esa buena señora que decís; mostrádnosla, que si ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin premio alguno confesaremos la verdad. Sea servido de mostrarnos un retrato, aunque sea del tamaño de un grano de trigo, que por el hilo se sacará el ovillo, y aunque nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y piedra azufre, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.
--No le mana, canalla, infame; y no es tuerta ni encorvada, sino más derecha que un huso de Guadarrama. Pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad como es la de mi señora.
Y diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo por el campo; y queriéndose levantar, jamás pudo; tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada con el peso de las antiguas armas. Y entretanto que pugnaba por levantarse, y no podía, desde el suelo decía:
--No huyáis gente cobarde, que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido.
Un mozo de mulas llegó a él, tomó la lanza, y después de hacerla pedazos, con uno de ellos comenzó a dar a nuestro don Quijote tantos palos, que lo dejó molido. Sus amos gritaban que lo dejase, pero el mozo estaba ya picado, y no quiso dejar el juego, hasta que tomó todos los trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído, que no cerraba la boca, amenazando al cielo y a la tierra y a los malandrines, que tal le parecían.
Después que se vio solo, don Quijote tornó a probar si podía levantarse; pero, si no lo pudo hacer cuando estaba sano y bueno, ¿cómo lo haría molido y casi deshecho?

viernes, 23 de abril de 2010

Capítulo 3, Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote de armarse caballero

Don Quijote llamó al ventero y encerrándose con él en la caballeriza, se hincó de rodillas ante él, diciéndole:
--No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, hasta que la vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano.
El ventero, al ver a su huésped a sus pies, estaba confuso mirándole, sin saber qué hacer ni decir y porfiaba con él en que se levantase; y jamás quiso, hasta que le hubo de decir que él le otorgaba lo que le pedía.
--No esperaba yo menos, señor –respondió don Quijote--; y así os digo que el don que os he pedido, es que mañana, me habéis de armar caballero; y esta noche, en la capilla de este vuestro castillo, velaré las armas, y mañana se cumplirá lo que tanto deseo.
El ventero, que era un poco socarrón, y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de darle semejantes razones; y por tener que reír aquella noche, determinó de seguirle el humor; y así le dijo que en aquel su castillo no había capilla alguna donde poder velar las armas, porque estaba derribada para hacerla de nuevo; pero que él sabía que se podían velar dondequiera que aquella noche las podría velar en un patio del castillo; que a la mañana se harían las debidas ceremonias, de manera que él quedase armado caballero.
El ventero le preguntó si traía dineros; respondió don Quijote que no traía banca, porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído.
Así se dio luego la orden de velar las armas en un corral grande que un lado de la venta estaba; y recogiéndolas don Quijote todas, las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba, y embrazando su adarga, asió de su lanza, y con gentil continente se comenzó a pasear delante de la pila; y cuando comenzó el paseo comenzaba a cerrar la noche.
El ventero contó a todos la locura de su huésped, la vela de las armas y la armazón de caballería que esperaba. Fueron a mirar desde lejos y vieron que, con sosegado ademán, unas veces se paseaba; otras, arrimado a su lanza, ponía los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen espacio de ellas.
Antojósele a uno de los arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue menester quitar las armas de don Quijote, que estaban sobre la pila, el cual viéndole llegar, en voz alta le dijo:
--¡Oh, tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del más valeroso andante que jamás ciñó espada!, mira lo que haces y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento.
El arriero no hizo caso, antes, trabando de las correas las armas, las arrojó a gran trecho de sí. Lo cual, visto por don Quijote, alzó los ojos al cielo y puesto el pensamiento en su señora Dulcinea, dijo:
--Socorredme, señora mía, en esta primera afrenta que a este vuestro avasallado pecho se le ofrece.
Y diciendo estas y otras semejantes razones, alzó la lanza a dos manos y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derribó en el suelo, maltrecho. Hecho esto, recogió sus armas y tornó a pasearse con el mismo reposo que primero.
Llegó otro arriero con la misma intención de dar agua a sus mulos, y llegando a quitar las armas de la pila, sin hablar don Quijote palabra, alzó otra vez la lanza y se la descargó sobre la cabeza. Al ruido acudió la gente de la venta, y los compañeros de los heridos comenzaron desde lejos a lanzar piedras sobre don Quijote, el cual, lo mejor que podía se defendía con su adarga, y no osaba apartarse de la pila por no desamparar las armas. El ventero daba voces que lo dejasen, porque ya les había dicho que estaba loco. Don Quijote también gritaba, llamándolos alevosos y traidores y decía que el señor del castillo era un mal nacido pues consentía que de esa manera tratasen a los andantes caballeros.
Decía eso con tal brío, que le dejaron de tirar piedras y él permitió retirar a los heridos, y tornó a la vela de sus armas con la misma quietud y sosiego que primero.
El posadero decidió apresurar el trámite y le dijo que para lo que restaba hacer para quedar armado caballero consistía en la pescozada y el espaldarazo y que aquello se podía hacer en mitad del campo.
El ventero trajo un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos doncellas, vino a donde estaba don Quijote, lo mandó hincar de rodillas y leyendo en su manual (como que decía una devota oración), en mitad de la leyenda alzó la mano, y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su misma espada, un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes como que rezaba. Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, mientras la otra le calzaba las espuelas.
Hechas, pues de galope y prisa las hasta allí nunca vistas ceremonias, no vio la hora don Quijote de verse a caballo y salir buscando las aventuras; y ensillando luego a Rocinante subió en él, y abrazando a su huésped le agradeció la merced de haberle armado caballero.

jueves, 22 de abril de 2010

Capítulo II Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso Don Quijote

En el capítulo uno conocimos a Don Quijote, que perdía el juicio leyendo día y noche sus libros de Caballería. Tomó sus armas, se fabricó una celada, le puso el nombre de Rocinante a su caballo y decidió que Aldonza Lorenzo sería la dama de la que él estaba enamorado. La nombró Dulcinea del Toboso.
Sigamos con la historia:

Capítulo II. Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso Don Quijote

Don Quijote no quiso aguardar más tiempo y así, sin dar cuenta a nadie de su intención, y sin que nadie lo viese, una mañana (uno de los calurosos días del mes de julio), se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuanta facilidad había dado principio a su buen deseo. Mas apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero y que, conforme a la Ley de la Caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero. Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas pudiendo más su locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los libros de caballería.
Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese.
Al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y mirando a todas partes por ver si descubría algún castillo, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta que fue como si viera una estrella.
Estaban a la puerta dos mujeres mozas, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada; y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vio la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava.
A poco trecho de la venta (que a él le parecía castillo) detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiera entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo.
Vio a las dos distraídas mozas, que a él le parecieron dos hermosas doncellas que se estaban solazando a las puertas del castillo. En esto sucedió que un porquero, que andaba recogiendo una manada de puercos, tocó un cuerno, a cuya señal los animales se recogen, y al instante e le representó a Don Quijote que algún enano hacía señal de su llegada.
Las damas, al ver venir a un hombre de aquella suerte armado, llenas de miedo iban a entrar a la venta, pero don Quijote alzó la visera de papelón y descubriendo su seco y polvoso rostro, con voz reposada les dijo:
--No huyan vuestras mercedes, ni teman desaguisado alguno, que la orden de caballería que yo profeso no hace daño, cuanto más a tan altas doncellas.
Las mozas, al oírse llamar doncellas, no pudieron contener la risa. El lenguaje y el mal talle de nuestro caballero, acrecentaba en ellas la risa y en él el enojo. Salió el ventero, quien habló comedidamente y le dijo:
--Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, amén del lecho porque en esta venta no hay ninguno, todo lo demás lo hallará en abundancia.
Viendo Don Quijote la humildad del alcalde de la fortaleza (que tal le pareció a él el ventero), respondió:
--Para mí, señor castellano, cualquier cosa basta, porque mis arreos son las armas y mi descanso el pelear.
El ventero fue a tener del estribo a don Quijote, el cual se apeó con mucha dificultad, como aquel que en todo el día no había desayunado. Luego el caballero le dijo que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza que comía pan en el mundo.
Las mozas estaban desarmando a Don Quijote y aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola ni quitarle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes y era menester cortarlas, porque no podían quitar los nudos, mas él no quiso consentir en ninguna manera; y así se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y extraña figura que se pudiera pensar.
Era viernes y no había en toda la venta sino unas raciones de pescado. Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y el ventero le dio una porción del mal remojado y peor cocido bacalao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de gran risa verlo comer, porque como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos, si otro no se lo daba y ponía. Mas el darle de beber no hubiera sido posible, si el ventero no horadara una, caña y puesto un cabo en la boca, por el otro le iba echando vino. En eso llegó a la venta un castrador de puercos y sonó su silbato, con lo cual acabó de confirmar Don Quijote que estaba en algún famoso castillo y que le servían con música, que el pescado era trucha; las rameras, damas y el ventero, castellano del castillo. Mas lo que le fatigaba era el no verse armado caballero.

miércoles, 21 de abril de 2010

Capítulo I. Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo Don Quijote de la Mancha

Aún estoy triste, porque me retiraron la invitación a un viaje de trabajo, que debía iniciar hoy.
Además, persiste un ligero dolor de mi pie derecho, secuela de un accidente que sufrí hace poco más de un mes (18 de marzo), pero tengo que ir a Santa Fe.
Aún no puedo caminar bien, pero me niego a usar bastón o muletas. Vivo al sur de la Ciudad de México, así que tengo que cruzar toda la ciudad para llegar a mi destino. Lo peor es que aún no puedo manejar.
Sé que es una locura ir a Santa Fe en estas condiciones, Pero ¿qué sería de Don Quijote de la Mancha sin locuras? así que fiel a mi admirado caballero andante, emprendo la aventura.

Por lo pronto, les platico el primer capítulo del libro, donde Cervantes nos presenta al increíble caballero. También conoceremos a su célebre caballo Rocinante y a su Dulcinea del Toboso. Nótese que aún no aparece Sancho Panza.
Espero lo disfruten.

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Capítulo I. Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo Don Quijote de la Mancha

Iniciamos con las famosas y mágicas palabras que nos presentan a Don Quijote:
“En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero,
adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
Consumían su hacienda una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más de las noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes y algún palomino de añadidura los domingos.
Tenía en su casa un ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte y un mozo de campo y plaza. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza.
Tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana.
Este sobredicho Hidalgo, los meses que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto que olvidó casi todo punto el ejercicio de la caza, y aún la administración de su hacienda y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías que leer
Y de todos, ninguno le parecía tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva,
Y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito:
La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra hermosura
Con estas razones perdía el caballero el juicio, y desvélabase pro entenderlas y densentrañarles el sentido.
Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto, graduado en Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero, Palmerín de Inglaterra o Amadís de Baula; mas maese Nicolas, el barbero del mismo pueblo, decia que ninguno llegaba al Caballero del Febo.
En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura que se le pasban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.
Rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que la pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de de agravio y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.
Imagínabase el pobre ya coronado, por el valor de su brazo, por lo menos, del Imperio de Trapisonda, y así, con estos agradables pensamientos, llevado del extraño gusto que en ellos sentía, se dio prisa a poner en efecto lo que deseaba. Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiòlas y aderezòlas lo mejor que pudo; pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada (pieza de la armadura que servía para proteger la cabeza) de encaje, sino morrión simple (armadura de la parte superior de la cabeza, hecha en forma de casco), mas a esto lo suplió su industria porque de cartones hizo un modo demedia celada, que, encajada con e morrión, hacía una apariencia de celada entera. Para probar si era fuerte, sacó su espada y le dio dos golpes y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; por asegurarse de este peligro, la tornó a hacer de nuevo poniéndole unas barras de hierro por dentro. La tuvo por celada de fínismo encaje.
Fue luego a ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría.
Después de muchos hombres que formó, borró, quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante.
Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérselo a sí mismo; y en este pensamiento duró ocho días y al cabo se vino a llamar don Quijote, de donde queda dicho que se debía llamar Quijada y no Quesada. Pero acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y así se llamó Amadís de Gaula, así quiso como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse Don Quijote de la Mancha.
Limpias, pues sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín, y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse.
Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo. Llámabase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle el título de señora de sus pensamientos, y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso.

martes, 20 de abril de 2010

Prólogo de Don Quijote

Empiezo mi gran aventura en un día particularmente malo.
Me tocó ir a presentar mi declaración anual de impuestos. Al llegar a la oficina del SAT estaba cerrado y no dejaban entrar al público.
--¡Tengo cita a las 9!, le dije al guardia impávido que estaba tras las rejas.
--Están haciendo un simulacro. Nadie puede pasar –Dijo de mala gana.
Transcurrían los minutos. 9:30 y la multitud crecía.
El guardia dijo al fin:
-Empleados del lado izquierdo. Contribuyentes a la derecha.
A las 10 abrieron las puertas y entramos como manada de ovejas.
Además de las retenciones que se hacen cada mes en los recibos, tengo que pagar, que por el IETU, que el ISR... Ni modo, tuve que apechugar e ir al banco a hacer el pago.
¡Ah! Cómo deseé que hubiese aparecido Don Quijote blandiendo su lanza para defendernos del IETU, del IVA, del IDE y del ISR . En fin.

Empecemos con Don Quijote:

En esta quijotesca aventura. Lo primero es lo primero, el prólogo, que es una delicia.
Van las primeras líneas:
"Desocupado lector: quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse”.
Y se pregunta: ¿qué podría engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo…”
Miguel de Cervantes recuerda que ese “hijo” se engendró en la cárcel y reflexiona: “Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas”.
Y burlándose de sí mismo dice: “Yo, aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote.
Mi parte favorita que define lo que busca Cervantes con su libro: “Procurad que leyendo vuestra historia el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla”.
Así, dice, es la historia del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión de todos los habitantes del campo de Montiel que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio por aquellos contornos.
Cervantes no oculta el amor por sus personajes en el último párrafo del prólogo cuando dice al lector: “Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer a tan noble y tan honrado caballero” (Don Quijote).
“Pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidos”.
Remata con esta bellísima línea:
“Y con esto, Dios te dé salud y a mí no me olvide. Vale.”

domingo, 18 de abril de 2010

Twitteando Don Quijote

Hoy puedo emprender una aventura largamente soñada: releer El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Don Miguel de Cervantes Saavedra.
Lo mejor es que podré aprovechar la tecnología con todo el que quiera sumarse a esta aventura y les platicaré un capítulo cada día en este blog y en Facebook.
Desde hoy empiezo este reto, que será mayor, pues diariamente pondré en textos de 140 caracteres de Twitter mis frases favoritas de las aventuras del más famoso caballero andante.
Inicio en abril, como marca la tradición. Escribe Jorge F. Hernández que “Uno lee el Quijote de Cervantes todos los años en el mes de abril que es el mismo y ya es otro, no para intentar el engaño de suponer saber sus párrafos de memoria, sino precisamente por el enigma de que cada vez que se lee será la primera, la inauguración de aventuras inéditas tanto para el lector como para el valeroso caballero recién inventado en la mente de un genio, a la luz de una vela soñando en una celda de Sevilla…”
Como podrán ver esto es quijotesco. El propósito es que quienes no lo conocen –en primer lugar mis hijas Diana y Ximena, a quienes he tratado de convencer año tras año de que lean la obra-- descubran lo maravilloso que es Don Quijote, un libro súper divertido por las locuras del entrañable caballero andante y su jocosísimo escudero Sancho Panza.
Claro que hay que pensar que la novela fue publicada por primera vez en 1604 ¡hace 416 años! y Miguel de Cervantes Saavedra utiliza el lenguaje de esa época. Pero es cosa de familiarizarse con los términos. Les prometo a quienes me sigan que van a reírse, a reflexionar pero sobre todo se van a divertir y a reír como nunca. Las reflexiones de Don Quijote les harán ver la vida de una forma díferente, como me pasa cada vez que lo releo.
Desde mañana y en los próximos 126 días resumiré un capítulo diariamente. Aquí los espero. Vale.