miércoles, 28 de abril de 2010

Capítulo VIII Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo con la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento

Por favor, díganme ¿Quién no ha luchado contra molinos de viento imaginarios?
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Sigue la historia:

--En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que había en aquel campo; y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
--La suerte va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves ahí, amigo Sancho Panza, donde se descubren 30 pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batallas y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente sobre la faz de la tierra.
--¿Qué gigantes? –dijo Sancho Panza
--Aquellos que allí ves –respondió su amo—de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
--Mire vuestra merced –respondió Sancho—que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
--Bien parece –respondió don Quijote-- que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo, quítate de ahí y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y diciendo esto, dio de espuelas a Rocinante, sin atender las voces que su escudero le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voz alta:
--No huyáis, cobardes y viles criaturas; que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:
--Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance lo socorriese, bien cubierto con su rodela (escudo), con la lanza en el ristre, arremetió a todo galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al c aballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía menear; tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
--Válgame Dios --dijo Sancho--; ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza.
--Calla, amigo Sancho –respondió don Quijote--; que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continuas mudanzas; cuanto más, que yo pienso, y así es verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento; mas al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.
--Dios lo haga como puede –respondió Sancho Panza; y ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba.
Esa noche la pasaron entre unos árboles, y de uno de ellos desgajó don Quijote una rama seca, que casi le podía servir de lanza, y puso en ella el hierro que quitó de la que se le había quebrado. Toda aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea, por acomodarse a lo que había leído en sus libros.
Al día siguiente tomaron camino a Puerto Lápice. Don Quijote le dio a Sancho:
--No has de poner mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero si fueren caballeros, en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería que me ayudes, hasta que seas armado caballero.

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