viernes, 30 de abril de 2010

Capítulo X.- De lo que le avino a don Quijote con el vizcaíno y el peligro en que se vio con una turba de yangüeses

En este pasaje conocemos la ternura e ingenuidad de Sancho Panza, quien no sabía leer ni escribir
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Don Quijote terminaba su batalla con el vizcaíno y Sancho Panza, algo maltratado por el trato de los mozos de los frailes, se levantaba. Había estado atento y rogaba a Dios en su corazón fuese servido de darle victoria, y que en ella ganase alguna ínsula, de donde le harían gobernador como se lo había prometido.
Viendo que su amo volvía a subir sobre Rocinante, llegó a detenerle el estribo, y antes de que subiese, se hincó de rodillas, y asiéndole la mano se la besó y le dijo:
--Sea vuestra merced, don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que yo me siento con ganas de saberla gobernar.
A lo que don Quijote respondió:
--Advertid, Sancho, que esta aventura no es de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa sino sacar rota la cabeza o una oreja menos; tened paciencia que aventuras se ofrecerán donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino más adelante.
Sancho le agradeció, le besó otra vez la mano y le ayudó a subir sobre Rocinante.
Caminaron y don Quijote preguntó:
--Dime por tu vida: ¿has visto más valeroso caballero que yo en todo lo descubierto de la tierra? ¿Has leído en historias otro que tenga más brío en acometer, más aliento en el perseverar, más destreza en el herir, ni más maña en el derribar?
--La verdad sea –respondió Sancho—que no he leído historia alguna, porque ni se leer ni escribir. Lo que ruego a vuestra merced es que se cure, que le va mucha sangre en esa oreja; que aquí traigo ungüento blanco en las alforjas.
--Todo fuera bien –respondió don Quijote—si me acordara de hacer una redoma de bálsamo de Fierabrás, que con una sola gota se ahorraran tiempo y medicinas.
--¿Qué redoma y qué bálsamo es ese? –dijo Sancho Panza.
--Es un bálsamo –respondió don Quijote— que tengo en la memoria. Y cuando yo lo haga y te lo dé, no tienes más que hacer, cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio cuerpo, con mucha sutileza, antes que la sangre se hiele, pondrás la mitad del cuerpo caído en el suelo sobre la otra mitad que quedare en la silla, cuidando de encajarlo bien. Luego me das a beber uno o dos tragos del bálsamo y verás que quedo más sano que una manzana.
--Yo renuncio desde ya al gobierno de la prometida ínsula –dijo Sancho--, y no quiero otra cosa en pago de mis servicios, sino que vuestra merced me dé la receta de ese extremado licor.
--Mayores secretos piensa enseñarte –respondió don Quijote--, por ahora curémenos, que la oreja me duele más de lo que yo quisiera.
Sancho sacó de sus alforjas el ungüento, mas cuando don Quijote vio su rota celada, pensó perder el juicio, y puesta la mano en la espada y alzando los ojos al cielo, dijo:
--Yo hago juramento al Creador de todas las cosas, de hacer la vida que hizo el gran marqués de Mantua cuando juró vengar la muerte de su sobrino Valdovinos, que fue no comer pan ni con su mujer folgar, hasta tomar venganza del que tal desaguisado me hizo.
Mas tarde don Quijote pidió a Sancho buscar en las alforjas algo para comer.
--Aquí traigo pan, un poco de queso y cebolla –dijo Sancho—pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced.
--¡Qué mal lo entiendes! –replicó don Quijote— es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y ya que comen, es aquello que hallaren más a mano. Andando por las florestas y despoblados, y sin cocinero, su ordinaria comida es de viandas rústicas, como las que ahora me ofreces.
Comieron los dos en paz y en buena compañía.

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