lunes, 26 de abril de 2010

Capítulo VI Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo

En este delicioso pasaje, la sobrina de don Quijote, junto con los amigos del ingenioso caballero, aprovechan que éste dormía después de regresar apaleado de su primera salida, para quemar sus libros de caballería.
Cervantes aprovecha para balconear a los libros chatarra de la época en que escribía.
¿Qué libros de hoy sería bueno echar a la hoguera? Yo empezaría por la serie de novelas de Dan Brown, en primer lugar el Código Da Vinci; mis hijas Diana y Ximena, por las novelas de vampiros light de Stephanie Meyer y su famoso Crepúsculo.
¿El lector cuál echaría primero al fuego?
Vamos a la acción:

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Don Quijote aún dormía. El cura y el barbero, maese Nicolás, pidieron a la sobrina del famoso caballero andante las llaves del aposento donde estaban los libros autores de la locura de nuestro personaje.
--Tome vuestra merced, rocíe este aposento –dijo el ama--; no estará aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de la que les queremos dar, echándolos del mundo.
El cura se rió de la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando aquellos libros, uno por uno, pues podía ser que algunos no mereciesen el castigo del fuego.
El primer libro que maese Nicolás tomó fue “Los cuatro de Amadís de Gaula”, y dijo el cura:
--Este fue le primer libro de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen de éste; y así como dogmatizador de una secta tan mala, le debemos, sin excusa alguna, condenar al fuego.
--No señor –dijo el barbero—que también he oído decir que es el mejor de todos los libros de este género que se han compuesto; y así, como único en su arte, se debe perdonar. El mismo parecer tomaron para “Palmerín de Inglaterra”.
El primero que fue echado al fuego fue las “Sergas de Esplandián”, luego “Amadís de Grecia”; “Don Olivante de Laura”; “Florismarte de Hircania”; “El Caballero Platir”.
El cura propuso poner “Espejo de caballerías” en un pozo seco. Y “Don Belianís” le fue entregado al barbero, con la encomienda de que no dejara a ninguna persona leerlo.
Llegó el turno a la “Historia del famoso caballero Tirante el Blanco”. El curo opinó que por su estilo era el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros de caballería carecen. Recomendó al barbero que se llevara el libro a su casa y lo leyera.
También se salvaron del fuego “La Diana”, de Jorge Montemayor; “Los diez libros de la Fortuna de Amor”, de Antonio de Lofraso, poeta sardo, y “El cancionero”, de López Maldonado; “La Araucana”, de Alonso de Ercilla; “La Austríada”, de Juan Rufo, y “El Monserrato”, de Cristóbal de Virués, y “Las lágrimas de Angélica”.
Cervantes se burla de sí mismo cuando llega el turno a “La Galatea”, de la cual dice el cura que “propone algo pero no concluye nada; es menester esperar la segunda parte, que promete”. Entretanto, propuso al barbero que lo guardara en su posada.
Todos los libros condenados se fueron a la hoguera.

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