martes, 20 de abril de 2010

Prólogo de Don Quijote

Empiezo mi gran aventura en un día particularmente malo.
Me tocó ir a presentar mi declaración anual de impuestos. Al llegar a la oficina del SAT estaba cerrado y no dejaban entrar al público.
--¡Tengo cita a las 9!, le dije al guardia impávido que estaba tras las rejas.
--Están haciendo un simulacro. Nadie puede pasar –Dijo de mala gana.
Transcurrían los minutos. 9:30 y la multitud crecía.
El guardia dijo al fin:
-Empleados del lado izquierdo. Contribuyentes a la derecha.
A las 10 abrieron las puertas y entramos como manada de ovejas.
Además de las retenciones que se hacen cada mes en los recibos, tengo que pagar, que por el IETU, que el ISR... Ni modo, tuve que apechugar e ir al banco a hacer el pago.
¡Ah! Cómo deseé que hubiese aparecido Don Quijote blandiendo su lanza para defendernos del IETU, del IVA, del IDE y del ISR . En fin.

Empecemos con Don Quijote:

En esta quijotesca aventura. Lo primero es lo primero, el prólogo, que es una delicia.
Van las primeras líneas:
"Desocupado lector: quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse”.
Y se pregunta: ¿qué podría engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo…”
Miguel de Cervantes recuerda que ese “hijo” se engendró en la cárcel y reflexiona: “Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas”.
Y burlándose de sí mismo dice: “Yo, aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote.
Mi parte favorita que define lo que busca Cervantes con su libro: “Procurad que leyendo vuestra historia el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla”.
Así, dice, es la historia del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión de todos los habitantes del campo de Montiel que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio por aquellos contornos.
Cervantes no oculta el amor por sus personajes en el último párrafo del prólogo cuando dice al lector: “Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer a tan noble y tan honrado caballero” (Don Quijote).
“Pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidos”.
Remata con esta bellísima línea:
“Y con esto, Dios te dé salud y a mí no me olvide. Vale.”

0 comentarios:

Publicar un comentario