miércoles, 2 de junio de 2010

Capítulo XXX.- Que trata de la discreción de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto y pasatiempo.

Capítulo XXX.- Que trata de la discreción de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto y pasatiempo.

Cuando el cura dijo que los galeotes liberados lo habían asaltado, Sancho dijo:
--El que hizo esta hazaña fue mi amo, y no porque no le dije antes y le avisé que mirase lo que hacía, y que era pecado darles libertad, porque todos iban allí por grandísimos bellacos.
--Majadero –dijo don Quijote--, a los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos que encuentran por los caminos van de aquella manera o están en aquella angustia por sus culpas, o por sus gracias, sólo retoca ayudarles como a menesterosos, poniendo los ojos en sus penas y no en sus bellaquerías.
Dorotea, que era discreta y de gran donaire, como quien ya sabía el menguado humor de don Quijote y que todos hacían burla de él, no quiso ser para menos, y viéndole tan enojado, le dijo:
--Señor caballero, recuerde el don que me tiene prometido, y que, conforme a él no puede entrometerse en otra aventura; sosiegue vuestra merced el brazo, que si el señor licenciado supiera que por ese invicto brazo habían sido liberados los galeotes, él se diera tres puntos en la boca, y aún se mordiera tres veces la lengua, antes que haber dicho palabra que en despecho de vuestra merced redundara.
--Yo callaré, señora mía –dijo don Quijote--, y reprimiré la justa cólera que ya en mi pecho se había levantado, e iré quieto y pacífico hasta tanto que os cumpla el don prometido, pero, en pago de este buen deseo, os suplico me digáis cuál es la cuita y cuántas y quiénes son las personas de quien os tengo que dar debida, satisfecha y entera venganza.
Dorotea se acomodó en la silla, tosió, y con mucho donaire comenzó a decir de esta manera:
--Primeramente quiero que vuestras mercedes sepan, señores míos, que a mí me llaman…
Se detuvo un poco, porque se le olvidó el nombre que el cura le había puesto; pero él acudió al remedio, porque entendió en lo que reparaba, y dijo:
--Vuestra gran señoría se ha olvidado que se llama la princesa Micomicona, legítima heredera del gran reino Micomicón;…
-- Así es la verdad y mi padre se llamaba –respondió la doncella—Tinacrio el Sabidor, pero un descomunal gigante, señor de una gran ínsula que casi linda con nuestro reino, llamado Pandafilando de la Fosca Vista (porque aunque tiene los ojos en su lugar y derechos, siempre mira al revés, como si fuese bizco, y esto lo hace él de maligno y por poner miedo y espanto a los que mira), me quitó mi reino y poderío, y dijo que podía excusar toda esta ruina y desgracia si me quisiere casar con él. Antes de morir, mi padre me dijo que me pusiese camino a España, donde hallaría el remedio de mis males hallando a un caballero andante, cuya fama se extendería por todo este reino, el cual se había de llamar si mal no me acuerdo, don Azote, o don Gigote.
--Don Quijote diría, señora –dijo Sancho Panza--, o por otro nombre, el Caballero de la Triste Figura.
--Así es la verdad –dijo Dorotea--. Dijo más: que había de ser alto de cuerpo, seco de rostro, y que en el lado derecho, debajo del hombro izquierdo, o por Allí junto, había de tener un lunar pardo con ciertos cabellos a manera de cerdas.
Oyendo esto, don Quijote dijo a su escudero:
--Ten aquí, Sancho hijo, ayúdame a desnudar; que quiero ver si soy el caballero que aquel sabio rey dejó profetizado.
--¿Pues para qué quiere vuestra merced desnudarse? –dijo Dorotea.
--Para ver si tengo ese lunar que vuestro padre dijo –respondió don Quijote.
--No hay para qué desnudarse –dijo Sancho--, que yo sé que tiene vuestra merced un lunar de esas señas en la mitad del espinazo, que es señal de hombre fuerte.
--Eso basta –dijo Dorotea.
Mientras esto pasaba, vieron venir por el camino donde ellos iban a un hombre caballero sobre un jumento, y cuando llegó cerca les pareció que era gitano; pero Sancho Panza, que doquiera que veía asnos se le iban los ojos y el alma, apenas hubo visto al hombre, cuando conoció que era Ginés de Pasamonte, y por el hilo del gitano sacó el ovillo de su asno, como era la verdad, pues era el rucio sobre que Pasamonte venía; el cual, por no ser conocido y por vender el asno, se había puesto en trajo de gitano. Viole Sancho y apenas le hubo visto y conocido, cuando a grandes voces dijo:
¡Ah, ladrón Ginesillo! ¡Deja mi prenda, suelta mi vida, no te empaches con mi descanso, deja mi asno, deja mi regalo! ¡Huye, ladrón!
Ginés saltó y huyó, Sancho llegó a su rucio y abrazándolo, le dijo:
--¿Cómo has estado bien mío, compañero mío?

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