lunes, 7 de junio de 2010

CAPÌTULO XXXI.- De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos

¿Alguna vez te han pillado en una mentira?
Si has mentido por piedad a alguien, y te pregunta detalles de lo que estás contando, ya no sabes ni por dónde salir de la plática. Eso le pasó a Sancho Panza, quien inventó que había entregado una carta de Dulcinea; en realidad nunca la había visto ni la conocía. Mejor les platico


CAPÌTULO XXXI.- De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos


El cura y el barbero amigos de don Quijote encontraron la manera de hacer volver a la aldea al caballero andante: Dorotea, una hermosa joven que conocieron en el camino, aceptó hacerse pasar por una doncella menesterosa y pidió a nuestro caballero que la protegiera de un gigante que le había usurpado su reino.
Caminaban en grupo don Quijote, Sancho, el cura, el barbero, Cardenio --otro joven que habían encontrado errante en la Sierra Morena--, y Dorotea. Don Quijote había mandado una carta de amor a Dulcinea, y le preguntaba a Sancho los detalles de cómo la había encontrado:
--¿Dónde y cómo hallaste a Dulcinea? ¿qué hacía? ¿qué le dijiste? ¿qué te respondió? ¿qué rostro hizo cuando leía mi carta?
--Señor, dijo Sancho, a decir verdad yo no llevé carta alguna.
-Así es como tú dices –dijo don Quijote—porque el librillo de memoria donde yo la escribí le hallé en mi poder a cabo de dos días de tu partida., lo cual me causó gran pena, y creí que te volverías.
--Yo me la tomé de memoria cuando vuestra merced la leyó.
--¿Y la tienes todavía en la memoria? –dijo don Quijote.
--No, señor –respondió Sancho--, porque después que la di, como vi que no había de ser de más provecho, la olvidé.
--Todo esto no me descontenta, prosigue adelante –dijo don Quijote. Llegaste, ¿y qué hacía aquella reina de la hermosura? Seguro la hallaste ensartando perlas o bordando alguna empresa con oro de cañutillo para este su cautivo caballero.
--No la hallé –respondió Sancho--, sino ahechando dos hanegas de trigo en un corral de su casa.
--Pero pasa adelante. Cuando le diste mi carta, ¿la besó? ¿la puso sobre la cabeza? ¿hizo alguna ceremonia digna de tal carta, o qué hizo?
--Cuando yo se la iba a dar –respondió Sancho--, ella estaba ocupada con el trigo, y me dijo: “Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí está”.
--¿Qué te preguntó de mí? ¿Qué le respondiste? –dijo don Quijote.
--Ella no me preguntó nada –dijo Sancho--; yo le dije de la manera que vuestra merced por su servicio quedaba haciendo penitencia, desnudo de la cintura arriba, metido entre estas sierras como si fuera salvaje, durmiendo en el suelo, sin comer pan a manteles, sin peinarse la barba, llorando y maldiciendo su fortuna.
--En decir que maldecía mi fortuna hiciste mal –dijo don Quijote--; porque antes la bendigo y la bendeciré todos los días de mi vida, por haberme hecho digno de merecer amar tan alta señora como Dulcinea del Toboso.
--Tan alta es –respondió Sancho--, que a buena fe que me lleva a mí más de un coto (medida, aproximadamente de cuatro pulgadas y media (unos 10 centímetros).
--Pues cómo –dijo don Quijote-- ¿Te has medido tú con ella?
--Me medí de esta manera –respondió Sancho—ayudándole a subir un costal a un jumento, llegamos tan juntos, que eché de ver que me llevaba un gran palmo.
--Y bien –prosiguió don Quijote-- ¿Qué hizo cuando leyó la carta?
--No la leyó –dijo Sancho—porque no sabe leer ni escribir, antes la hizo pedazos, diciendo que no quería dársela a leer a nadie, porque no se supiesen sus secretos, y que bastaba lo que yo le había dicho del amor que vuestra merced le tenía, y de la penitencia que por su causa se quedó haciendo.. Y finalmente me dijo que dijera a vuestra merced que le besaba las manos y que le mandaba pedir que saliese de esos matorrales y se dejase de hacer disparates y se pusiese luego en camino del Toboso, porque tenía gran deseo de ver a vuestra merced. Se rió mucho cuando le dije cómo se llamaba vuestra merced El Caballero de la Triste Figura. Le pregunté si había ido por allá El Vizcaíno y me dijo que sí; le pregunté por los galeotes mas me dijo que no había visto a ninguno por allá.
--Todo va bien hasta ahora –dijo con Quijote—pero dime, ¿Qué joya te dio para mí al despedirse por las nuevas que le llevaste?
--Antes fue así, ahora sólo sé que me dio un pedazo de pan y de queso –dijo Sancho.
--Es liberal en extremo –dijo don Quijote. ¿Sabes de qué estoy maravillado, Sancho? De que me parece que fuiste y viniste por los aires, pues poco más de tres días has tardado en ir y venir desde aquí al Toboso, habiendo de aquí allá más de treinta leguas. No se me hace dificultoso creer que algún sabio amigo te debió llevar en volandillas, sin que tú lo sintieses.
Pero dejando eso aparte, ¿qué te parece que debo hacer acerca de que mi señora me manda que la vaya a ver? Estoy obligado a cumplir su mandamiento, pero me veo imposibilitado por el don que he prometido a la princesa que con nosotros viene, y refuerza la ley de caballería a cumplir mi palabra.
--Eso está claro –respondió Sancho--, no se cure de ir por ahora a ver a mi señora Dulcinea, sino váyase a matar al gigante, y concluyamos este negocio, que por Dios que se me asienta que ha de ser de mucha honra y mucho provecho.
En esto, el cura dio voces de que esperasen un poco, que querían detenerse a beber en una fuentecilla que allí estaba. Se detuvo don Qujote, con no poco gusto de Sancho, que ya estaba cansado de mentir tanto y temía que no le cogiese su amo a palabras; porque él sabía que Dulcinea era una labradora del Toboso, y no la había visto en toda su vida.

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