martes, 3 de abril de 2012

La graciosa manera en que Don Quijote fue armado caballero


-->Lo que más anhelaba Don Quijote era verse armado caballero. Ven la graciosa manera en la que el ventero --que él creía era dueño de un castillo-- cumplió con el rito,Se van a reír un buen rato, lo garantizo.



Don Quijote llamó al ventero y encerrándose con él en la caballeriza, se hincó de rodillas ante él, diciéndole:
--No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, hasta que la vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano.
El ventero, al ver a su huésped a sus pies, estaba confuso mirándole, sin saber qué hacer ni decir y porfiaba con él en que se levantase; y jamás quiso, hasta que le hubo de decir que él le otorgaba lo que le pedía.
--No esperaba yo menos, señor –respondió don Quijote--; y así os digo que el don que os he pedido, es que mañana, me habéis de armar caballero; y esta noche, en la capilla de este vuestro castillo, velaré las armas, y mañana se cumplirá lo que tanto deseo.
El ventero, que era un poco socarrón, y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de darle semejantes razones; y por tener que reír aquella noche, determinó de seguirle el humor; y así le dijo que en aquel su castillo no había capilla alguna donde poder velar las armas, porque estaba derribada para hacerla de nuevo; pero que él sabía que se podían velar dondequiera que aquella noche las podría velar en un patio del castillo; que a la mañana se harían las debidas ceremonias, de manera que él quedase armado caballero.
El ventero le preguntó si traía dineros; respondió don Quijote que no traía banca, porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído.
Así se dio luego la orden de velar las armas en un corral grande que un lado de la venta estaba; y recogiéndolas don Quijote todas, las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba, y embrazando su adarga, asió de su lanza, y con gentil continente se comenzó a pasear delante de la pila; y cuando comenzó el paseo comenzaba a cerrar la noche.
El ventero contó a todos la locura de su huésped, la vela de las armas y la armazón de caballería que esperaba. Fueron a mirar desde lejos y vieron que, con sosegado ademán, unas veces se paseaba; otras, arrimado a su lanza, ponía los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen espacio de ellas.
Antojósele a uno de los arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue menester quitar las armas de don Quijote, que estaban sobre la pila, el cual viéndole llegar, en voz alta le dijo:
--¡Oh, tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del más valeroso andante que jamás ciñó espada!, mira lo que haces y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento.
El arriero no hizo caso, antes, trabando de las correas las armas, las arrojó a gran trecho de sí. Lo cual, visto por don Quijote, alzó los ojos al cielo y puesto el pensamiento en su señora Dulcinea, dijo:
--Socorredme, señora mía, en esta primera afrenta que a este vuestro avasallado pecho se le ofrece.
Y diciendo estas y otras semejantes razones, alzó la lanza a dos manos y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derribó en el suelo, maltrecho. Hecho esto, recogió sus armas y tornó a pasearse con el mismo reposo que primero.
Llegó otro arriero con la misma intención de dar agua a sus mulos, y llegando a quitar las armas de la pila, sin hablar don Quijote palabra, alzó otra vez la lanza y se la descargó sobre la cabeza. Al ruido acudió la gente de la venta, y los compañeros de los heridos comenzaron desde lejos a lanzar piedras sobre don Quijote, el cual, lo mejor que podía se defendía con su adarga, y no osaba apartarse de la pila por no desamparar las armas. El ventero daba voces que lo dejasen, porque ya les había dicho que estaba loco. Don Quijote también gritaba, llamándolos alevosos y traidores y decía que el señor del castillo era un mal nacido pues consentía que de esa manera tratasen a los andantes caballeros.
Decía eso con tal brío, que le dejaron de tirar piedras y él permitió retirar a los heridos, y tornó a la vela de sus armas con la misma quietud y sosiego que primero.
El posadero decidió apresurar el trámite y le dijo que para lo que restaba hacer para quedar armado caballero consistía en la pescozada y el espaldarazo y que aquello se podía hacer en mitad del campo.
El ventero trajo un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos doncellas, vino a donde estaba don Quijote, lo mandó hincar de rodillas y leyendo en su manual (como que decía una devota oración), en mitad de la leyenda alzó la mano, y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su misma espada, un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes como que rezaba. Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, mientras la otra le calzaba las espuelas.
Hechas, pues de galope y prisa las hasta allí nunca vistas ceremonias, no vio la hora don Quijote de verse a caballo y salir buscando las aventuras; y ensillando luego a Rocinante subió en él, y abrazando a su huésped le agradeció la merced de haberle armado caballero.

0 comentarios:

Publicar un comentario